Apatzingán, Mich., a 4 de noviembre de 2025.- Mientras el municipio enfrenta uno de los episodios más tensos y violentos de los últimos años —con el asesinato del líder limonero Bernardo Bravo, el incremento de agresiones en la zona rural y el estallido social que culminó con la quema parcial del Palacio Municipal—, la alcaldesa Fanny Arreola parece estar empeñada en reducir la gravedad de la crisis a simples “hechos que ocurren”.
Tras el homicidio de Bravo, un referente para los productores del Valle de Apatzingán, Arreola declaró: “Son hechos que al final del día ocurren. No es únicamente el caso de Bernardo, ha habido decesos infortunados en el municipio de Buenavista, de Tepalcatepec, con productores igual de destacados”.
Una frase que, lejos de transmitir serenidad o liderazgo, fue interpretada por productores agrícolas, empresarios y ciudadanos como una muestra de desconexión, insensibilidad y falta de dirección política en un territorio dominado por la inseguridad.
Un municipio en llamas… sin rumbo desde el gobierno local
El asesinato de Bernardo Bravo no es un hecho aislado. Los ataques a productores, los cobros de extorsión, los desplazamientos por violencia y los operativos fallidos forman parte de un escenario que exige respuestas firmes y coordinadas.
Sin embargo, según líderes del sector citrícola y comerciantes consultados en días recientes, la administración de Arreola ha mostrado pasividad, tibieza y ausencia de estrategias claras para enfrentar la creciente influencia del crimen organizado en la región.
La percepción ciudadana es contundente: el gobierno municipal no está al frente de la crisis, está reaccionando tarde y mal.
La quema del Palacio Municipal: el síntoma de un territorio abandonado
El estallido social tras la marcha por la paz este lunes, que derivó en la irrupción y quema parcial del Palacio Municipal, no fue un accidente ni un acto aislado de vandalismo.
Fue la expresión de un acumulado de frustración, miedo y hartazgo ante la incapacidad institucional para proteger a la población.
Para muchos habitantes, el incendio simboliza lo que ya se sentía desde hace meses: un gobierno rebasado, sin control del territorio y sin resonancia con las demandas de la gente.
La alcaldesa, lejos de asumir liderazgo o presentar una estrategia de contención, se limitó a lamentar los “excesos” sin ofrecer explicaciones convincentes sobre la falta de anticipación, prevención o diálogo efectivo con los sectores que exigían seguridad.
Una frase que encendió más la indignación
La declaración de Arreola sobre que “estos hechos ocurren” terminó de encender los ánimos. Para productores y ciudadanos, esa postura no solo normaliza la violencia, sino que muestra una preocupante resignación ante los asesinatos que golpean directamente a la vida económica y social del valle limonero.
La alcaldesa no solo perdió la oportunidad de enviar un mensaje de respaldo y firmeza; perdió autoridad moral ante un municipio que exige empatía, claridad y acción.
Apatzingán exige liderazgo, no indiferencia
La crisis actual requiere una autoridad que encabece, gestione y coordine esfuerzos con el Estado y la Federación, no una administración que trate los asesinatos de líderes locales como sucesos rutinarios.
Mientras la violencia escala, los ciudadanos esperan de su presidenta municipal decisiones, presencia y soluciones concretas, no declaraciones que parecen minimizar la tragedia que viven cientos de familias.
Hoy, Apatzingán está en un punto de quiebre. Y la pregunta que se repite entre habitantes y productores es la misma: ¿Está Fanny Arreola a la altura de la crisis que enfrenta el municipio?

            
            
          
          
          
          
          
          
          
          






