Las tradiciones de Noche de Muertos tienen más de espectáculo y folklore que de cosmovisión y ritual

Las tradiciones de Noche de Muertos tienen más de espectáculo y folklore que de cosmovisión y ritual
Las tradiciones de Noche de Muertos tienen más de espectáculo y folklore que de cosmovisión y ritual
Las tradiciones de Noche de Muertos tienen más de espectáculo y folklore que de cosmovisión y ritual
Autor: Óscar Tapia Campos / Noventa Grados | Fecha: 1 de Noviembre de 2020 a las 09:44:00

Morelia, Mich; 1 de noviembre de 2020.- No sé cómo es en otras partes de nuestro país, pero las llamadas tradiciones de Día y Noche de Muertos en Michoacán tienen mucho más de espectáculo, folklore, comercio, imán turístico, fandango y costumbre, que de cosmovisión y ritual. 

De suyo, ni siquiera se debe hablar de tradiciones de Michoacán y los michoacanos, porque sus antecedentes remotos son eminentemente indígenas en un Estado que hogaño es mayoritariamente mestizo y en el que la diversidad cultural es amplia y rica.

Y las llamadas tradiciones de Noche y Día de Muertos que se promueven son únicamente las emparentadas con una de las cuatro etnias que perviven en la entidad, la tarasca o purépecha, siendo que también persisten la nahua, mazahua y otomí o ñañú.

Es verdad que son evidentes algunas reminiscencias prehispánicas de la rica cultura tarasca, pero todo está hoy tan maquillado y con valoraciones que poco tienen qué ver con sus significados primigenios, que romántica o mañosamente se les ha dotado más de cuento, mito y leyendas urbanas que apego a sus esencias.

Comprobar lo anteriormente expuesto es muy fácil, bastará con acudir a panteones durante la Noche de Muertos y platicar con los lugareños, escuchar sus relatos, anécdotas y ocurrencias para darnos cuenta de que la mayoría nada sabe, ni dice que, por ejemplo:

“Se coloca sal para la incorruptibilidad del cuerpo y de la vida; copal para la purificación del ambiente; flores para adornar, aromatizar y señalarle el camino de regreso al ánima; calaveras de azúcar para que el muerto se endulce el paladar; pan como símbolo de vida eterna; velas para iluminar el camino de las ánimas”.

No, nada de eso dicen, ni saben. La inmensa mayoría precisa que realizan altares y ponen ofrendas porque es la costumbre y porque eso hacían sus abuelos. A lo más que llegan es a precisar que lo hacen para esperar el retorno de las ánimas.

Cierto, no faltan quienes realmente están allí por convicción y ritual, porque la tradición se nutre de su cultura personal, familiar y de sus ascendientes remotos, y porque son fieles a sus culturas primigenias.

Lamentablemente han sido las autoridades educativas, culturales y turísticas, así como los comerciantes sin escrúpulos, quienes han trastocado y corrompido lo que antes era una de las manifestaciones culturales indígenas más ricas y valiosas de cuantas se pueden encontrar en Michoacán.

Además, muchos de los llamados indios de ciudad (denominación que les dan los tarascos o purépechas que se mantienen en sus comunidades, a quienes emigraron a destinos citadinos) han “aportado” mucho de cuento y más de ocurrencias para “enriquecer” los valores y significados de las tradiciones que aquí nos ocupan.

Amén de que desde visiones universitarias se habla de un pensamiento muy elaborado de los tarascos antiguos, siendo que con relación a esos y otros temas sus descendientes ni siquiera tienen ese pensamiento tan convenientemente estructurado.

CULTO A LA VIDA

Sea como fuere, el culto a la muerte es un culto a la vida, porque la Noche de Muertos que se realiza en algunas zonas tarascas de Michoacán es un viaje al más acá. No hay duelo, no hay llanto, inquietud, ni incertidumbre, es una celebración en la que las familias esperan con regocijo o por mera costumbre el retorno de las ánimas y el reencuentro con los seres amados que han partido a otras galaxias.

Las tradiciones de Día de Todos los Santos y Noche de Muertos en nuestro Estado son una manifestación viva y cambiante que se transforma año con año, porque son heredades y variaciones propias de la unión de dos culturas, dos religiones, dos cosmovisiones y dos maneras de atisbar desde el más acá hacia el más allá.

Cuando llegaron los europeos a estas latitudes de los cazonzi y los tatá khéri se encontraron con rituales en los que se rendía culto a las ánimas, a los guerreros caídos en batalla y a los dioses, a quienes se esperaba a mediados de año en una celebración en tiempos en la que terminaban las siembras.

Los conquistadores se maravillaron con los credos de los tarascos prehispánicos y dieron cuenta de su mitología, de su cultura, de sus creencias y de sus costumbres a través de lienzos como el de Jucutacato, por ejemplo.

Los tarascos tenían claro que había tres niveles del universo: el inframundo, la tierra y el cielo. Que en todo imperaban cuatro elementos: el agua, la tierra, el fuego y el viento.

De ahí que en los altares-ofrenda de casa y en las ofrendas de panteón sea evidente el sincretismo religioso, en virtud de que los lugareños de diferentes pueblos de la Zona Lacustre de Michoacán, la Meseta Tarasca, la Cañada de los Once Pueblos y la Ciénega de Zacapu incluyen elementos propios de la cultura tarasca y, además, suman otros intrínsecamente relacionados con el cristianismo.

Si la persona a la que se rinde culto tiene menos de un año de fallecida se coloca un arco en el altar-ofrenda, con el que se anuncia que se espera el ánima de una persona que murió entre el 2 de noviembre del año anterior y el 31 de octubre del presente.

EL CULTO A LA VIDA

No hay una tradición de Noche de Muertos representativa de Michoacán, no, no la hay, aunque instituciones municipales y estatales den a entender que sí existe; tampoco hay una de todos los pueblos tarascos (o purépecha, para mí es lo mismo), porque cada comunidad ofrenda de diferente manera, esto es que no se hace lo mismo en Tzintzuntzan, Janitzio, Pátzcuaro, Ihuatzio, Cucuchucho, Jarácuaro, Santa Fe de la Laguna, Cuanajo y/o Tiríndaro, por ejemplo.

Cada uno tiene su manera particular de confeccionar sus altares y de ofrendar.
Pero todas las poblaciones tienen muy claro que el culto a la muerte es un culto a la vida. Y más como costumbre que como creencia se asume que el retorno de las ánimas al más acá sucede a las cero horas del 2 de noviembre y su partida al más allá se da a las 12 de la noche de ese mismo día. 

LA PARAFERNALIA

De suyo, las llamadas tradiciones de Noche de Muertos de Michoacán han sido tan pisoteadas y trastocadas que más que un ritual lo que imperan son borracheras, fandangos y el escándalo, así como el comercio y la rapiña comercial en torno a los panteones de lugares como Tzintzuntzan, Janitzio y Cucuchucho.

Las parafernalias en torno a quienes velan y ofrendan es un espectáculo muchas veces hasta deplorable, promovidas y/o autorizadas por autoridades municipales y estatales, porque lo que les importa en el número de visitantes y la derrama económica que dejan.

Fuera de esas regiones mencionadas todo es mero espectáculo, folklore y gancho, sobre todo en ciudades como Morelia y Uruapan, donde se realizan desfiles de catrinas, así como exposiciones de “ofrendas y altares tradicionales”, además de tapetes hechos con aserrín pintado, flores y ramas.

En suma, las llamadas tradiciones de Noche y Día de Muertos en Michoacán es un espectáculo para ojos de turistas, aunque ciertamente hay tarascos o purépechas que sí lo hacen por ritual y cosmovisión. Así sea.

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