Bastardos sin gloria, el doctorado de un desquisiado glorioso

Bastardos sin gloria, el doctorado de un desquisiado glorioso
Autor: Óscar Tapia Campos / Noventa Grados | Fecha: 29 de Octubre de 2020 a las 07:00:00

Ciudad de México, a 29 de octubre del 2020 .- Quentín Tarantino se ha doctorado como loco, psicópata, criminal y genio con su película Bastardos sin Gloria.

Si todos los psicópatas fueran cineastas, tendríamos un mundo mejor y seríamos realmente humanos. Prueba de ello es que existe Quentín Tarantino, un loco peligroso que descarga en el cine su cauda agresiva, opresiva, destructiva y letal.

Gracias al cine, el centro psiquiátrico se quedó sin un habitante y el séptimo arte le abrió las puertas a un genio, a un guionista alucinado que tiene una habilidad especial para construir y destruir espectacularmente en un mismo plano e instante.

Si Freud y el psicoanálisis no se equivocan, Tarantino es un psicópata, sin embargo sus alucinaciones las ha elevado a la calidad del arte y a través de éste hace y deshace todo lo que los trastornos motivan en un destructor mesiánico.

De ahí sus películas Perros de Reserva, Pulp Ficción, Kill Bill 1 y Kill Bill 2.

De ahí también Bastardos sin Gloria, la película que yo observé el viernes anterior en la sala de mi casa; película que ya había visto en la fiesta del séptimo arte en esta ciudad, campana de coral ceniciento. De ahí, exactamente, de ese tipo de genialidad que desde siempre también es sinónimo de locura.

Bastardos sin Gloria es una historia que le dice al principio del rigor histórico: "Ni parientes somos". No, no lo son, porque se trata de una versión y visión libérrima en contra del crimen de lesa humanidad encabezado por otro loco genial.

Si Adolfo Hitler hubiera sido cineasta, Quentín Tarantino habría sido inventado durante la Segunda Guerra Mundial y hoy estaríamos hablando de un guionista y no de un criminal diabólico que odiaba de manera exacerbada a los no arios.

Total, que Bastardos sin Gloria es una especie de venganza de los judíos, según Tarantino, porque les dio perfiles psicológicos criminales tanto o más detestables que los que eran propios y particulares de los nazis, habida cuenta de que eran más feroces, más sádicos y más despreciables que los seguidores del führer.

La película de Tarantino, estelarizada por Brad Pitt, reúne muchos recursos taquilleros: color, humor, amor y dolor. Todo desde el rojo violento de la sangre a borbotones, el amarillo luminoso del ingenio humorístico, el verde esplendente del suspenso bien llevado, el azul atrayente de los diálogos brillantes, digeridos y, además, el estallido naranja del clímax y la muerte espectacular, cruel, ensangrentada y bifurcada.

Tarantino tiene muy bien estructurada su fórmula: Violencia por violencia más humor y muerte masiva. Es así como en el cine vuelca sus horrores y terrores que alimentan su mente destructora. Por eso Bastardos sin Gloria es más que la venganza de los judíos, la venganza de Quentín Tarantino. Una venganza muy bien planeada, pensada, madurada durante diez años y resuelta magistralmente con todos los efectos especiales que permite el cine de hoy.

Venganza que lleva hasta las últimas consecuencias, como es la incineración de 300 nazis, entre los que estaba Hitler, al que también quema vivo y lo hace volar en millones de fragmentos, igual que a todos los demás.

De un plumazo, Tarantino cambió la historia por el puro placer de ser él quien le dio muerte a Adolfo Hitler y a sus cientos de colaboradores más cercanos.

Así de terrible es la mente de Tarantino, así de genial.

Por eso habrá que concluir a la manera siguiente: Sí, esos judíos, los de él, son Bastardos sin Gloria y, Tarantino, es un desquiciado glorioso. Sí. Así sea.

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