Si el dolor no salva, y si no sana, chiflen a su máuser el virus, sus daños colaterales, la tanatología y hasta la geriatría

Si el dolor no salva, y si no sana, chiflen a su máuser el virus, sus daños colaterales, la tanatología y hasta la geriatría
Autor: Óscar Tapia Campos / Noventa Grados | Fecha: 19 de Octubre de 2020 a las 07:34:00

Ciudad de México, a 19 de octubre del 2020 .- Al principio me dio miedo, mucho miedo la llegada del Covid-19, después el miedo se convirtió en un pánico que me atacó cuando el virus se infiltró en mis entornos, y creció cuando enfermaron personas entrañables para mí. Y no se diga cuando la muerte empezó a ser una constante entre mis familiares, parientes, amigos y conocidos.
Llegué a pensar que no había salida, ni escapatoria posible. Eso me llevó a buscar respuestas en todo y por todo, mas lo que sucedió es el recrudecimiento de la pandemia. Fue entonces que me di cuenta de que no podía abandonarme, y empecé por reflexionar, comprender y asumir que no hay solución, pero sí paliativos, y que uno de ellos soy yo mismo; eso en cuanto a los caminos a seguir para evitar mi propia muerte.
Me quedaba un gran signo de interrogación: ¿cómo ayudarme para que el dolor de ver partir a los míos no me desgarrara, no me paralizara y no me derrumbara? La gran respuesta que me di fue que la situación nada tiene qué ver con un castigo divino y, por ende, que no llegará del cielo la salvación, aunque no está por demás recurrir a la fe como un asidero insustituible, porque quien no cree no tiene de donde agarrarse.
Y creí, para empezar, en mí, porque de mí depende cómo encarar una realidad que duele mucho, muchísimo. Sí, pero el dolor no salva, y no sana. Y había que salvarme y sanarme, para estar preparado para cuando al virus se le ocurriera agarrarme por sorpresa, para que no fueran el miedo y el pánico sus aliados principales. Fue entonces que me despojé de la angustia y deseché el desangelamiento.
Estaba ya preparado para lo que sucediera. No fue fácil, no, claro que no, pero sí muy gratificante. Por eso cuando me di cuenta de que no me quedó sino aceptar que me había convertido en un número más de la pandemia en México, tomé todo con serenidad. Los dolores de cabeza eran tremendos, las sudoraciones me tenían convertido en un venero que anegaba mi cama; ay, y la asfixia, qué terrible.
Me encerré en mi alcoba a piedra y lodo, y me enfundé en un gran caparazón para que nadie intentara ni siquiera voltear a verme. Llegó la madrugada en que me convencí de la proximidad de mi muerte, pero mantuve la calma, y cuando ya me disponía a ir a donde yo sabía que me darían el tiro de gracia, el hospital, me colgué del asidero de la fe. Mas, claro, ayudé a la fe con nebulizaciones rudimentarias, cápsulas para desinflamar, pastillas para el dolor, esfuerzos para exigirles a mis pulmones, ingesta de caldos muy calientes. Y aquí estoy.
Yo me levanté, a Dios gracias. Sin embargo, a diestra y siniestra, lejos y cercas, empezaron a caer mis seres queridos, varios, tristemente, quedaron convertidos en cenizas. Sí, cenizas, que es lo único que entregaron en los hospitales. He visto el drama, y el dolor a mi alrededor, pero yo mantengo la calma, no me permito desgarrarme, paralizarme, ni derrumbarme.
No, porque estoy preparado para morir y para ver morir a los míos. Tengo muy claro que quienes han muerto no podían seguir viviendo, así de simple. Y como la muerte es la gran solución para la vida, porque es más fácil estar muerto que seguir vivo, me regocijo por tener la oportunidad de seguir de pie y con la frente en alto, porque eso es valeroso, y los que se fueron merecen que no me doble, que luche para seguir de pie, que les dé el gusto de derrotar a quien se los llevó, el pinche virus ese que sigue haciendo estragos.
Me duele, claro que me duele tanto muerto de mi sangre y de mis afectos, pero como el dolor no salva y no sana, decidí vivir intensamente mi duelo, pero sin auto misericordias y sin flagelos demás; sin preguntas, porque no hay respuestas; sin reclamos, porque no hay culpables; sin cobardías, porque me queda claro que es muy pendejo permitirle al abatimiento que me joda el alma, la mente y la vida.
Y así, hasta prosaico y vulgar, ahora exclamo a voz en pecho: chiflen a su máuser el trinche coronavirus y sus daños colaterales, a mí me pelan los dientes, y ni siquiera podrán hacerme lo que le hizo el viento a Juárez, porque yo soy más cañón que bonito. Y sí, insisto, me duele que sigan cayendo personas de mi amor y de mi aprecio, pero con chillar no remedio nada.
No, no hay remedio y no hay esperanza, y qué bueno, porque lo que tengo es la decisión de ser dichoso con lo que hay y con lo que falta, con los que están y sin los que se fueron. Que se doblen y que chillen los cobardes, los débiles de espíritu y los que no entienden que hay que levantar la cara y disponerse a burlarse del virus, para regocijo de los nuestros que ya no están, porque esa es una forma de vengarlos. 
Que se doblen ellos, los cobardes, yo no; por ello también que chiflen a su máuser la tanatología y hasta la geriatría, porque yo soy mi propia solución, puesto que no hay que ni quien sea mejor que yo para mi bien. Esto es de tanates, no de Tánatos; esto es de eres, no de Eros, ni de eras. De esa manera nomás; nomás de esa manera, ya dije y… Así sea.

Más información de la categoria
Más información de la categoria
Comentarios