ESPECIAL | Michoacán y la narcocultura: Una historia del siglo XIX a la actualidad

ESPECIAL | Michoacán y la narcocultura: Una historia del siglo XIX a la actualidad
Autor: Redacción / Noventa Grados | Fecha: 13 de Enero de 2020 a las 03:16:00

Morelia, Mich., a 13 de enero del 2020.- Michoacán vive actualmente una cruenta guerra entre grupos delincuenciales, que buscan apoderarse del control territorial para la elaboración y trasiego de droga. Sin embargo, la producción y tráfico de enervantes no es cosa nueva en la entidad, y algunos historiadores han logrado ubicar sus más remotos orígenes en el siglo XIX (1801-1900), formando parte de la historia y cultura de regiones enteras de la entidad.

En su libro La Querencia, el historiador Luis González y González hace una radiografía del occidente de México, Michoacán, el Bajío, Jalisco y la Tierra Caliente.

El historiador señala que hacia el siglo XIX, una gran parte del territorio del sur estaba dominada por caciques y cinco grandes hacendados, que ejercieron su dominio utilizando ejércitos particulares contra la rebelión y los asaltos, y contra la intervención del centro político nacional.

Es en ese tiempo que muy probablemente se haya generalizado el cultivo de la marihuana y la amapola, junto con la explotación minera, “paliando las extenuantes jornadas de trabajo y aislamiento. Con todo, la región fue terreno fértil para todo tipo de comercio ilegal de madera, tabaco, animales, armas y drogas”, escribe el antropólogo Salvador Maldonado Aranda, en su artículo “Drogas, violencia y militarización en el México rural. El caso de Michoacán”.

A partir de 1947, en la administración de Miguel Alemán Valdez, se abrieron cientos de kilómetros de carreteras y brechas, se repartieron miles de hectáreas a campesinos, se otorgaron créditos para el campo y se regularon los precios de los productos agrícolas. Se llevaron a cabo proyectos hidráulicos, minero-metalúrgicos e hidroeléctricos con la finalidad de “integrar” la región a la economía y política nacionales. 

Estos apoyos oficiales contribuyeron a crear una economía agrícola y minera relacionada con el mercado estadounidense. La producción y exportación agrícolas no sólo hicieron ricos a empresarios y caciques políticos, sino también a narcotraficantes, quienes utilizaron la infraestructura y las redes de comercio para expandir el cultivo y tráfico de drogas.

De acuerdo con informes del Batallón 49, asignado a la región desde 1959, la producción de drogas ya era una práctica común entre la población rural y el tráfico era realizado por hombres fuertes o aventureros a través de las rutas del Pacífico y por caminos de terracería solamente transitados por los lugareños. El auge del narcotráfico es profundamente rural.

Para entonces, Apatzingán ya era la ciudad más importante de la Tierra Caliente, albergando las principales oficinas de gobierno, agroempresas y residencias de ricos empresarios, caciques y narcotraficantes.

Como la franja conocida como el valle de Apatzingán bordea la Sierra Madre del Sur, muchas localidades se convirtieron en “narcopueblos” por su posición geográfica, que permitía cultivar droga entre la serranía y la planicie. 

Los municipios más representativos son Tepalcatepec, Buenavista, Apatzingán, Arteaga y Aguililla, poblaciones por donde muy difícilmente se puede transitar en la actualidad, y que por su inaccesibilidad, construyeron pistas aéreas para comunicarse con el exterior, y que a la postre fueron usadas para el trasiego de droga.

La conquista de la Costa

En la región Costa, los pueblos indígenas de Aquila, Pómaro, Coyre y Ostula, resistieron distintas invasiones rancheras, pero finalmente logró imponerse una mayoría mestiza y con ella, el cultivo de drogas debido a sus beneficios económicos y por coyunturas políticas, “pero siempre con agudos conflictos agrarios con los mestizos al pretender privatizar la tierra, arrendarla para sembrar droga o realizar ellos mismos el cultivo”, apunta Salvador Maldonado.

En los años ochenta se construye la carretera federal entre el puerto de Lázaro Cárdenas, Manzanillo e Ixtapa-Zihuatanejo, cubriendo gran parte de la costa del Pacífico, lo que provocó un aumento del tráfico de drogas por tierra, mar y cielo. 

Desde entonces ha habido violencia de manera ininterrumpida por la disputa de terrenos comunales y pequeñas propiedades en la Costa, debido a las presiones de grupos económicos legales e ilegales por apropiarse de extensiones territoriales para inversión turística, tráfico de droga y explotación minera, pero sobre todo para controlar los puertos marítimos.

Durante el boom de la droga en los años sesenta, el ejército destruyó 374 hectáreas de amapola y cerca de 200 hectáreas de mariguana, así como innumerables plantíos, además de la intercepción de droga en la región sur.

Para los años setenta, las cifras oficiales señalan un porcentaje elevado de destrucción y aseguramiento de droga. Por ejemplo, se destruyeron 13 millones y medio de plantas de amapola, más de 30 hectáreas y alrededor de 2 mil plantíos, varios kilos de opio y heroína y casi una tonelada de semilla.

En cuanto a la mariguana, se destruyó una y media toneladas lista para el consumo, quinientas cincuenta hectáreas cultivadas, aproximadamente quinientos plantíos y noventa y cinco toneladas de semilla, entre las cifras más importantes.

La cultura ranchera, símbolo de identidad del narcotráfico

En conjunto, los territorios del sur de Michoacán desarrollaron complejas redes espaciales, económicas, políticas y familiares que configuraron esta región del narcotráfico. Estas redes se distinguen por contar con una cultura regional ranchera que otorga cierta identidad al narcotráfico.

Esta cultura se caracteriza por los valores del individualismo frente al Estado y de la familia contra la sociedad, y por un exacerbado catolicismo popular. 

Los códigos rancheros han tejido una red de silencio y solidaridad entre quienes cultivan y trafican drogas y sus nexos espaciales-familiares permiten evadir la ley entre ciudades medias y territorios serranos. Una vez que el narcotráfico forma parte de la economía y la cultura regional, la población lo adopta como un estilo de vida y una forma de mejorar su estatus social.

La expansión a la sierra Jalmich

Es así que el narcotráfico se expande a la región templada de Uruapan y gran parte de la denominada sierra Jalmich, que comparten los estados de Jalisco y Michoacán.

En el transcurso de los años 70 llega a esta zona la semilla de mariguana, que empieza a ser cultivada por unos cuantos y con el tiempo desplazará a los cultivos de maíz, señala Esteban Barragán López, escritor del libro “Con un pie en el estribo. Formación y deslizamiento de las sociedades rancheras en la construcción del México moderno”.

La violencia que lentamente comenzó a apoderarse de la Tierra Caliente, también hizo que los pobladores se desplazaran al norte de la entidad.

En la actualidad, una gran cantidad de recursos de ese auge de la marihuana, se destinaron a fincas aguacateras, cuya producción se exporta a Estados Unidos y Europa, convirtiéndose en el nuevo “oro verde” de la región.

El cultivo de droga, respuesta a la crisis económica

Durante los años ochenta, la crisis económica dio lugar a la adopción de políticas de ajuste estructural que repercutieron ampliamente en el sur de Michoacán. El recorte presupuestal para infraestructura, créditos, insumos y precios de garantía para la agricultura impacta de manera muy fuerte en la próspera economía regional. 

La caída de los precios internacionales de los productos agrícolas colapsó las economías domésticas y empresariales de la región, y los empresarios dejaron de invertir en los cultivos lícitos del campo, lo que aunado al desgaste de la tierra por su uso intensivo, dio un fuerte  golpe a la cadena productiva, que no pudo recuperarse ya.

Con la administración de Carlos Salinas de Gortari, el Estado abrió el sector agropecuario a la inversión privada, nacional y extranjera, quitándole apoyo político y económico a las asociaciones agrícolas y de productores rurales. Estas medidas eliminaron la asistencia oficial, ocasionando la descapitalización del campo. 

En algunos casos, el dinero ilícito compensó las deterioradas condiciones sociales, mientras que la población rural optó por cultivar droga en montes y sierras de manera más sistemática.

Esto coincidió con políticas antidrogas más estrictas en Colombia, Perú y Bolivia, principales abastecedores de droga a los Estados Unidos, el mercado más grande del mundo para los enervantes, por lo que México pasó a ocupar un lugar central para abastecer de mariguana y heroína al mercado estadounidense.

El sur de Michoacán, cuya costa es una de las más extensas y hasta hace poco tiempo con nula vigilancia, juega un papel central en la recepción de cargamentos de cocaína y su posterior exportación, lo que da pie a acuerdos entre autoridades locales y narcotraficantes.

Todo esto influyó para el crecimiento de la producción de drogas y de la migración internacional desde Michoacán.

“Conforme aumentan los cultivos de droga y la demanda, y se acentúan los flujos migratorios, se fortalecen las asociaciones ilegales transfronterizas e interregionales. Mediante redes familiares y de paisanaje, grupos de jóvenes y adultos pasan a formar parte de organizaciones criminales, tanto en su lugar de origen como en Estados Unidos”, apunta el antropólogo Salvador Maldonado.

La decadencia del mercado agrícola en Michoacán fue aprovechada por los narcotraficantes, supliendo con la producción y trasiego de droga, las pérdidas económicas del campo legal. El dinero “fácil” de la siembra de drogas, atrajo a los productores de cultivos legales en tiempos de crisis.

“Al final, los bordes entre tales esferas se vuelven indivisibles por medio del lavado de dinero. La relativa distancia entre élites o caciques y narcotraficantes se hace más estrecha y borrosa. De forma paralela, la relación entre políticos y narcos es más conflictiva y compleja, en la medida que la droga requiere mayor protección oficial por las campañas de erradicación e intercepción”.

La guerra de Salinas contra el narcotráfico y la apertura comercial de México

A partir de 1988, con la llegada de Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia, comienza una abierta guerra contra los productores y traficantes de droga en Michoacán, en medio de una crisis política por el supuesto fraude electoral que le dio el poder a Salinas por sobre Cuauhtémoc Cárdenas, cuya familia era fuertemente apoyada en la entidad.

En esa época, los plantíos de marihuana y amapola se van desplazando cada vez más a zonas apartadas de los pueblos y comunidades, disminuyendo su tamaño pero aumentando su cantidad.

A la vez, con la apertura comercial de México al mundo, cada vez es mayor el mercado que requiere de los enervantes, por lo que aumenta la producción de drogas en la entidad.

La abierta guerra de Salinas provoca el desplazamiento de la comunidad rural y aumenta la violencia en la región. Durante los años 90, la tasa de crecimiento demográfico disminuye de forma  paulatina 3% en promedio, mientras la tasa de marginación social aumenta, considerándose muy alta.

“La marginación y el decrecimiento poblacional tienen una relación estrecha con la tasa de homicidios, ya que la cuenca del Balsas reúne al 24% de la población estatal y concentra alrededor del 50% de los homicidios de Michoacán”, apunta Maldonado Aranda. La tasa de la zona triplica a la del estado.

También aumenta el número de inmigrantes y, por ende, la llegada de remesas al estado.

Con cifras del 2005, Michoacán era el estado con mayor número de migrantes, que aportaban cerca de dos mil seiscientos millones de dólares anuales en remesas, cifra equivale al 16.1% de la participación de remesas en el Producto Interno Bruto (PIB) estatal y al 2.7% en el PIB nacional.

El nacimiento de los cárteles

En este contexto se consolida una de las organizaciones regionales más poderosas, el cártel de los hermanos Valencia Cornelio o Del Milenio, que es producto de las disputas por el control del sur de Michoacán, con el apoyo de otros cárteles nacionales, como el de Sinaloa. 

Al parecer pertenecen a familias “tradicionales”, herederas de los desplazamientos rancheros a la sierra, cuyos padres vivieron del comercio en tiendas de abarrotes bien surtidas con todo tipo de productos. 

En pueblos con un historial largo asociado a las drogas y la migración, como Aguililla, las relaciones entre familias tradicionales, políticos y narcos se vuelven muy borrosas. Rodeados de este tipo de nexos, al parecer los hermanos Valencia deciden migrar a Estados Unidos donde obtendrán experiencias y establecerán vínculos para construir el negocio de la droga. 

De acuerdo con fuentes periodísticas, los hermanos Valencia establecieron contacto con cárteles colombianos para traficar cocaína a través de las rutas michoacanas. También se asociaron con los hermanos Amezcua, del estado de Colima, colindante con Michoacán, para controlar la costa del Pacífico. Los Amezcua fueron considerados “los reyes de la metanfetamina”.

Para el 2003, el cártel de los Amezcua fue desmantelado, y su lugar lo ocuparon el Cártel de Sinaloa y el traficante Ignacio Nacho Coronel, relacionado con Los Valencia.

En Michoacán, los verdaderos problemas comenzaron cuando la organización de Joaquín “El Chapo” Guzmán entró a Tamaulipas para disputarle la plaza de Nuevo Laredo a Osiel Cárdenas Guillén, del Cártel del Golfo, con la ayuda de Los Valencia.

Osiel Cárdenas, a la vez que los combatió con su brazo armado, Los Zetas, estableció como objetivo dominar las principales rutas y campos de cultivo de droga en Michoacán, y para ello se asoció con un excolaborador de Los Valencia, Carlos Rosales, “El Carlitos” y/o “El Tísico”.

En 2003, Osiel envía a los Zetas para apoyar en estas pugnas, cuyo centro es el municipio de Apatzingán. 

Además de extraordinarias matanzas, estas batallas derivaron en la captura de grandes capos como Armando Valencia, Benjamín Arellano y Osiel Cárdenas, y a la muerte de Ramón Arellano Félix.

A partir de 2001 comenzó una escalada generalizada de la violencia en Michoacán, que salió de la esfera de los cárteles de la droga, convirtiendo también al Gobierno en víctima y objetivo en la guerra del narcotráfico.

A unas semanas de que Lázaro Cárdenas Batel asumiera la gubernatura de Michoacán, en 2001, rompiendo el longevo monopolio priista, se desencadenaron fuertes enfrentamientos entre los cárteles y varios funcionarios públicos fueron asesinados

Los atentados perpetrados contra el gobierno estatal se dan en actos simultáneos, como las siniestras decapitaciones entre los narcotraficantes rivales, los ajustes de cuentas con las policías corruptas y entre los propios distribuidores. 

Estos hechos causaron gran preocupación cuando, en septiembre de 2006, La Familia Michoacana arrojó varias cabezas humanas a la pista de baile de un centro nocturno en Uruapan. 

Esta agrupación manifestó que estaba integrada por gente de Tierra Caliente que pretendía combatir a grupos de traficantes de otros estados, especialmente a los Zetas. 

La Familia Michoacana se distinguió por reivindicar su identidad regional contra las fuerzas externas; utilizar el fanatismo religioso como sustento de su lucha (con cierta relación con la Iglesia La Luz del Mundo, que se ha arraigado en la Tierra Caliente); y su forma de organización, que asemeja a células paramilitares o guerrilleras con ideas de justicia social.

Al paso del tiempo el Cártel de Los Valencia fue desapareciendo  por las detenciones, los asesinatos o el destierro de la región, con las que se perdieron sus contactos con el cártel mayor, el de Sinaloa, y sus conexiones internacionales.

Entre tanto, la Familia Michoacana se convirtió en la organización más importante en el control de la producción y el tráfico de drogas sintéticas y vegetales, y degeneró en los llamados Caballeros Templarios, que hicieron su presentación oficial en marzo de 2011, exacerbando su carácter religioso.

Entre tanto, en 2007, surgen en el norte del país “Los Mata Zetas” como un brazo armado del Cártel de Sinaloa contra sus rivales del Golfo.

El grupo se independizó en 2010 tras la detención de Óscar Nava Valencia, sobrino de Luis Valencia, cabeza del Cártel del Milenio, rompiendo su alianza con el Cártel de Sinaloa y se dio a conocer como el Cártel Jalisco Nueva Generación a partir de septiembre de 2011, siendo liderado por Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho”, originario de Aguililla, Michoacán.

En Michoacán, el CJNG mantuvo su guerra con el Cártel de los Caballeros Templarios, que fue apoyado hasta su desaparición por el Cártel de Sinaloa.

A principios de 2013, en medio de la guerra de los cárteles en Michoacán que ya hacía imposible la vida en la Tierra Caliente, surgió el movimiento de las autodefensas, que a la postre fue infiltrado por el crimen organizado y degeneró en diversas células armadas.

En 2014, arribó a la entidad de Alfredo Castillo Cervantes, comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral de Michoacán –una especie de Gobernador alterno enviado por la federación, al perder la confianza en el mandatario priista Fausto Vallejo Figueroa– quien comenzó la cacería del hegemónico cártel de Los Caballeros Templarios y sus principales líderes.

Para este fin, el Gobierno federal armó y legalizó a grupos de civiles armados que surgieron con el movimiento de las autodefensas, pero al estar vinculados con la delincuencia organizada, pasaron a tomar el lugar de Los Caballeros Templarios.

Fue así que surgió el grupo conocido como “Los Viagras”, que se ha convertido en uno de los más fuertes del estado, presuntamente por el apoyo gubernamental que recibe de las autoridades estatales desde el más alto nivel.

Metanfetamina y guerra, hoy

En la actualidad, la guerra más cruenta del narcotráfico en Michoacán la libran Los Viagras y el Cártel Jalisco Nueva Generación o “Cártel del Sexenio”, llamado así pues tuvo un gran crecimiento en la Administración del presidente Enrique Peña Nieto, a tal punto que en solo unos años logró ponerse a la altura del histórico Cártel de Sinaloa.

Asimismo, en los últimos años la mariguana y la amapola han dejado su lugar a una droga más rentable: la metanfetamina. El “cristal” o “hielo” es altamente adictivo y barato de producir. Su facilidad de elaboración ha permitido establecer pequeños laboratorios clandestinos en las sierras de la entidad, donde se generan cientos y hasta miles de kilos, en espacios inaccesibles para la autoridad.

La droga se vende en el estado y el país, pero sobre todo se exporta a los Estados Unidos. Los químicos necesarios para su elaboración provienen de China, en embarcaciones que llegan al puerto de Lázaro Cárdenas.

Con todos estos antecedentes y una cadena que abarca desde los pequeños productores hasta poderosos políticos involucrados, la historia del narcotráfico en Michoacán parece no tener final.

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