Portugal, la lección del pequeño gran campeón

Portugal, la lección del pequeño gran campeón
Autor: Mateo Calvillo Paz | Fecha: 15 de Julio de 2016 a las 11:01:00

Morelia, Mich, 15 de julio de 2016.- Es apasionante el espectáculo de la final de la Eurocopa. Con gran alegría lo veo por televisión. Estoy seguro de la victoria de Francia.

Lo pienso y lo deseo. Francia es mi segunda madre que me trató con amor, dignidad, sencillez y me brindó lo necesario para un renacimiento y me arropó, cuidó de mi delicadamente hasta ganar otra gran final, la del doctorado.

Portugal llega como un equipo pobre, entumido que casi sólo sabe empatar y tiene a Cristiano Ronaldo.

Sabemos lo que sucede en la final. Los jugadores portugueses no se achican, juegan con máxima seguridad, controlan sus líneas. No pierden el control del partido. Tampoco dependen de CR7.

Por momentos tienen suerte como en el tiro de Gignac que se estrella en el poste. Atacan con contragolpes, ponen a prueba al portero francés que se luce. Hacen los cambios adecuados con jugadores valiosos como Eder que suple al genial Renato, de tan sólo veinte años.

Para Portugal es una hazaña llegar a tiempos extra donde sucede algo inesperado: un contragolpe un tiro genial de Eder desde fuera del área. Cae el gol de la copa a pocos minutos del fin. El equipo de Francia se vuelca con todo pero es inútil. La Eurocopa es para Portugal.

En su sencillez, los portugueses, el pueblo más cortés de Europa nos da la lección muy rica, muy honda, prodigiosa.

Compartimos algunas reflexiones. La derrota de la selección local es una prueba de que la justa es derecha, el resultado no está arreglado. Lo mismo sucedió en otra eurocopa cuando Portugal, como local, perdió la final contra Grecia.

La actuación de los portugueses, es magnífica y bella como una piedra preciosa. A lo largo del torneo, los portugueses se habían visto pequeños, no mostraban ser un gran equipo. En Europa, Portugal es visto como un pueblo pequeño, de emigrantes, para muchos como de tercer mundo. Sin embargo, aquí crecen enormemente, sacan con gran nobleza sus dotes humanas y deportivas, su voluntad inquebrantable.

Juegan con confianza, sin complejos, se prodigan, lo que les permite ponerse al nivel de los grandes de Europa, como el finalista equipo de Francia, local, que eliminó al gigante favorito, Alemania.

Guía un director técnico que muestra una estrategia inteligente, firme, eficaz, acertada al llevar su plan y mover sus jugadores. El Osorio del Tri vio derrumbarse el equipo y no puso remedio, hasta el siete cero.

La pasión de la victoria los lleva a una entrega desbordada, sin vacilaciones, hasta el límite de sus capacidades, no son como nuestros seleccionados que no son capaces de perseguir un balón y alcanzarlo, que no se entregan. Creen en la victoria y luchan con un esfuerzo digno hasta el final.

Muchas virtudes y aciertos más se pueden señalar es el espectáculo grandioso que brindaron ambos equipos.

Aparecen jugadores que destacan de lo común: Renato (veinte años), Rafael (veintidós), algunos franceses.

El ejemplo de los portugueses nos hace suspirar cuando llevamos vivo el espectáculo lastimero, miserable que dio nuestra selección de futbol en la Copa América. Qué nivel tan bajo, qué falta de idealismo y grandes virtudes.

Los jugadores en la final presentan un mosaico de muchas razas, presencia de las ex colonias portuguesas y francesas, muchos grandes jugadores morenos. Es un espectáculo global, en el que participan habitantes de todo el mundo.

La reflexión va más a fondo. Nos hace pensar en la persona de los mexicanos de nuestra selección: dieron una muestra de inseguridad, desgano, mediocridad, entreguismo, conformismo, familiaridad con la derrota, sumisión al dinero y otros vicios más.

Tristemente es una imagen viva de la situación de México que pierde en las batallas más importantes, trascendentes: orden público, seguridad y paz social, productividad, transparencia, justicia, educación, gobierno honesto y eficaz, verdad, progreso, paz.

En todas las competencias, México va a la cola, y Michoacán a la cola de la cola.

Y, con todo, los mexicanos tienen tantos valores aletargados bajo la costra de la corrupción, la crisis, los malos gobiernos. Llevan un sueño de grandeza ahogado bajo la contaminación, en un cuerpo social en descomposición.

Cada mexicano es un príncipe, mejor aún, un hijo de Dios. Está destinado a los mayores triunfos, a la gloria.

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