Juan Fuentes, pintor callejero, artista urbano que pinta a la otra Morelia

Juan Fuentes, pintor callejero, artista urbano que pinta a la otra Morelia - Foto 0
Juan Fuentes, pintor callejero, artista urbano que pinta a la otra Morelia
Juan Fuentes, pintor callejero, artista urbano que pinta a la otra Morelia
Juan Fuentes, pintor callejero, artista urbano que pinta a la otra Morelia
Autor: Óscar Tapia Campos / Noventa Grados | Fecha: 5 de Marzo de 2020 a las 08:52:00

Morelia, Mich., a 5 de marzo del 2020. - Morelia tiene mil y un rostros. No todos son de tarjeta postal, no todos son presumibles, ni todos son tomados en cuenta para atraer turismo. Pero los tiene, son otros, están allí, a la vista, con su cochambre y su mugre, con sus grises ofensivos, agresivos, menesterosos. Están, entonces existen.

Morelia no sólo es el centro histórico, no solamente sus edificios de cantera que cantan el esplendor de la colonia, huella fehaciente de la conquista del europeo sobre el americano, del español sobre el indígena, del rubio y barbado por encima del cobrizo y lampiño, del amo y del esclavo, es decir la de los contrastes, los puntos opuestos, las verticales de la ignominia.
Morelia también es barrio, escondrijo, cueva, rincón y abismo. Está por todos lados con sus carencias y negaciones, con sus infimostudes y precipicios, esos que empiezan donde la precariedad, la humillación, la desheredad y el hambre, el desasosiego, la incertidumbre y la angustia, el de las cucarachas, los piojos y las moscas.

Hay otra Morelia, otras, esas que los políticos visitan sólo en campaña, la que los gobiernos no alcanzan a ver, una y muchas del mexican curios. La del carrujo y del chemo, la de la rapiña y el hurto, la del perro famélico y la prostituta sifilítica, gonorreíca y sidosa, la de las casas y escuelas de cartón y de láminas y de palitos, la del Hospital Civil y la hacinación de los cánceres y la muerte.

Hay otra Morelia, y mil más, como esa del caló y la banda, la del sin embargo y el figurita, esa de la troncha toro y el muñequita, esa la de los caminos torcidos de Dios, la del escombro y la zona de derrumbe. Otra Morelia, mil más, la del alcoholismo y el delirium tremens, la de la protesta y la proclama, la de la marca y el tache, la de la pinta y el grafiti.

Otra Morelia, otra y otras más, la de la pintura callejera y el pintor urbano. Otra Morelia, la del pintor sin nombre y sin firma lustrosos, creadores sin apellidos y sin galerías made in, la de Juan Fuerte y su intención de reconstruirla desde la marginalidad, lo que poco a poco empieza a serle imposible porque su calidad de artista lo comienza a llevar por los caminos de la obra por encargo, del muralismo socializante, del arte acá.

Juan Fuerte es un chavo muy alivianado, reventado, loquillo (digo, para utilizar su palabra preferida) que quiere hacer de Morelia, la de los mil y un rostros, su sala monumental de exposiciones, su galería al aire libre, su modelo de ciudad.

Es un soñador irredento, al que le gusta “salir a portarse mal”, porque todavía sobran los que piensan que pintar, colorear la ciudad, dignificarla, es portarse mal. Pero Juan Fuerte lo ve de otra manera, por eso ha realizado ya más de 60 murales de muy diversos formatos, los que van desde 2 metros cuadrados hasta uno de 72 metros de largo.

Ya cada vez es mejor, en cada nueva pinta se supera a él mismo, porque no se conforma, no se aquieta y siempre se inquieta, se autocritica, se expande conceptualmente.

A él, a ese Juan callejero y urbano, que un día determinó ya no ser más un grafitero para convertirse en pintor, en artista de la calle, del barrio, del escondrijo, de la cueva , del rincón y del abismo con la sola intención de colorear a Morelia, de reconstruirla, de darle uno muchos rostros más, a ese Juan, decía yo, lo encontré con las manos en la masa, portándose nuevamente mal, con la prueba de su crimen en ristre, con las brochas y las pinturas acrílicas junto a él.

Lo agarré en el acto mismo de su maldad, cuando pintaba su mural número 60 y más. Una obra de arte que ahora puede ser apreciada de noche y de día, bajo la lluvia o los rayos incandescentes del sol, entre los ventarrones y los remolinos, de pasada o inmersos en una observación analítica que nos lleve a la reflexión, a la revaloración del arte que creadores formidables como Juan, este Juan Fuerte, que con ese su “seguimos portándonos mal, bandita” nos entrega una Morelia, sesenta morelias mejoradas.

En busca de nosotros mismos
Yo llegué a Isidro Huarte, esa calle que desemboca en la Madero, y lo vi en los detalles finales de su mural “Vamos en busca de nosotros mismos”.
Me llamó la atención su ensimismamiento, su concentración, su entrega total y absoluta a su momento creativo, alejado e inmerso en el mismo mundo en el que yo había entrado y desde el que lo observaba. Él, Juan Fuerte, silbaba y luego tarareaba una melodía que surgía de un aparatito transmisor que tenía en un morral colgado de su bicicleta sui generis, esa de color rosa, azul o algo parecido, de la que pende un letrero que advierte “un carro menos”.

Le tomé varias fotografías y ni cuenta se dio. Me le acerqué, le pronuncié un shit shit para que volviera el rostro y pudiera yo fotografiarlo sin poses, tal cual es, en su espontaneidad. Le pregunté, me contestó, dejó su actividad y entramos en una charla sobre su obra, finalmente le hice una entrevista a través de la que me revela, nos revela a ti y a mí, lector amable, los fundamentos de su quehacer, las búsquedas y los encuentros de su obra mural, los perfiles de su persona y su personalidad, sus verdaderas intenciones.

Su mural “Vamos en busca de nosotros mismos” es una alegoría pictórica que cae en el campo del surrealismo, en el que alude con toda claridad al imaginario mesoamericano que precisa que somos los hombres del maíz, o de maíz, que de allí surgimos.

Y es una mazorca, una enorme y policromática mazorca la nave, la canoa en la que dos indígenas que ocultan su rostro con sendas máscaras de mestizos, de criollos y/o de españoles navegan entre las nubes, en el viento, entre peces que en vez de nadar vuelan sin alas, se retuercen y a la vez marcan el camino del retorno a lo real, al realismo, al principio, a la realidad primigenia de la humanidad, de nosotros mismos pues.

indígenas que reniegan de su origen, de su raza, de su sangre, tienen alas de mariposa, con lo que Juan Fuerte también habla de migraciones, de adioses y de retornos, lo mismo que de necesidad de volar en busca de lo que hemos dejado de ser, en pos de nuestra idiosincrasia, de nuestra esencia, de nuestro yo singular, particular, único.

Uno de los dos indígenas que han perdido su identidad rema tímidamente, y sus remos son dos enormes manos nudosas, cobrizas, curtidas al sol. El otro lo observa con actitud de desencanto, sumisión y espasmo, mientras que con su mano izquierda sostiene un racimo de hongos alucinógenos y champiñones comestibles.

Sí, esos hombres de maíz, indígenas renegados, españolizados, van en busca de su origen, pero lo hacen tímida, temerosamente, igual que nosotros que no queremos quedarnos a la vera de la globalización, ni a un lado del camino de los avances (¿retrocesos?) de la ciencia y la tecnología.

Juan Fuerte, la entrevista
Nuestro ex grafitero, pintor callejero, artista urbano se hace llamar Juan Fuerte, signo y símbolo de autor que tan sólo es un apócope de su nombre de pila: Juan José Villaseñor Fuerte, moreliano de 27 años, arquitecto egresado de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, autor de más de 60 murales con un curriculum que data de 2013 a la fecha, porque fue hace dos años y medio que decidió realizar su primer mural, tan sólo para dignificar el lugar donde jugaban diariamente dos de sus sobrinos.

La entrevista que le hice allí, en Isidro Huarte, al pie del mural que ese primero de marzo pintaba quedó inconclusa porque se me terminó la energía del iPod, aquí se las comparto, porque alcanzó a decir en ella lo fundamental de sus criterios, de sus conceptos de pintor y de artista:
“Trato de pintar cosas que nos ayuden a revalorizar nuestra propia cultura y a la cultura madre de nuestra región.

“Al momento de pintar la ciudad siento que la estoy haciendo más digna para mí y para todas las personas.

"Desde mi visión como arquitecto es una propuesta de modelo social en la que el arte, las personas y la ciudad misma podamos cohabitar juntos sin problema, al contrario que esto pueda ser un punto para potencializar la creatividad, la imaginación, la paz y diferentes problemáticas que podríamos atacar y resolverlos a través del arte y la concientización, por ejemplo el cuidado del agua, etcétera
“A mí me sucedió algo bien chido hace dos años y medio cuando vivía con dos sobrinitos, ellos jugaban en la calle con sus cuates donde había un muro y atrás era un lote baldío en el que estaba un grafiti ya muy viejo, ya no se entendía nada, y había otro con figuras obscenas, y se me ocurrió pintar allí algo para mis sobrinos para que tengan algo padre que ver.

“Pinté una oruga de dos cabezas extendidas a las orillas y al centro quedó un espacio en el que dejé una nube de diálogo que surge de las cabezas y en ella escribí palabras como diviértete, sueña, atrévete, vive.

"Lo ideé así para que mis sobrinos y sus amigos tuvieran algo propositivo que ver.
“Sí, de acuerdo, esta propuesta cae en el concepto el arte efímero, lo que puede ser bueno y malo, porque un mural puede durar mucho tiempo, puede durar sólo un día, o ni siquiera eso, depende. A mí me ha pasado, uno me lo tacharon en un día. Eso también es bonito, yo lo veo desde ese lado, porque da posibilidad a seguir creando.

“Lo que pasa es que había un grafiti ya muy viejo. Yo por lo general trato de respetar a todos los que hacen grafiti, mural, lo que sea, todo lo que hay en la calle lo respeto, porque así mismo quiero que también respeten mi trabajo.

"Entonces, en ese caso me animé a pintar encima porque el grafiti estaba inconcluso, no estaba terminado, y dije 'a lo mejor no va a haber problema' y entonces lo pinté, porque cuando veo que hay un grafiti bueno y veo que el muro tiene mucho potencial me encargo de buscar a la persona que lo hizo para pedirle su consentimiento y que no haya problema.

"Pero en ese caso como pensé que no iba a haber problema pues me lo aventé y esas personas volvieron a hacer su grafiti igualito y dije ‘pues ay, ya ni modo’. Un mural que tardé cinco días en pintarlo duró menos de uno.

“En relación a este trabajo todavía estoy pensando si voy a hacer un cuento a partir de este mural, consistente en unas cuatro intervenciones en la ciudad y aparte el cuento ilustrarlo. La temática del cuento sería la pérdida de identidad de las culturas de aquí”.

Me despedí de Juan Fuerte, no sin antes quedar en que al día siguiente nos reuniríamos entre la 1 y las 6 de la tarde “porque es el tiempo que tengo pensado estar aquí para terminar de pintarlo”, lloviznaba ya, él dijo “ojalá que no llegue, que se vaya el agua, para que me deje terminar”.
Al día siguiente, cuando llegué, ya no estaba y el mural había quedado concluido.

Juan Fuerte, me comentó el primero de marzo, tenía una invitación para pintar un muro en el Parque Nacional “Eduardo Ruiz” de Uruapan, por allá donde se localiza “La Rodilla del Diablo” y todos sus mitos y leyendas propias del imaginario de las culturas de la región.

Por allá ha de andar ese loquillo, alivianado y reventado pintor callejero, artista urbano de esta nuestra Morelia de los mil y un rostros.
Por allá ha de andar en la Perla del Cupatitzio, el río que canta, donde el los pintores Manuel Ocaranza y Manuel Pérez Coronado encontraron sus musas, donde los poetas Carlos Eduardo Turón y Tomás Rico Cano, así como el novelista José Cevallos Maldonado, encontraron los asideros de sus versos y sus prosas.
Juan Fuerte, entonces, sigue portándose mal.
Sigue, sigue así, sigue haciéndolo Juan Fuerte. Así sea.

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